Pero sobretodo serán recordados como los Juegos Olímpicos que enfretaron a las dos grandes potencias mundiales, enzarzadas a su vez en la denominada 'Guerra Fría'. Estados Unidos y la URSS. Y un momento por encima de todos. El momento del enfrentamiento directo en la final de baloncesto.
Desde que el baloncesto se convirtiera en deporte olímpico en 1936 en Berlín, la selección de Estados Unidos se había mantenido imbatida, logrando la victoria en los 63 partidos disputados hasta el momento. Y todo ello contando siempre con jugadores universitarios.
Contaban con Henry Iba en el banquillo, un entrenador defensivo que ya había dirigido a la selección en las dos olimpiadas anteriores, logrando el oro en ambas. Tambien contaba con un gran equipo, a pesar de la renuncia del mejor jugador universitario del país, Bill Walton.
Por su parte el equipo de la Unión Soviética dominaba claramente en Europa, pero tenía su asignatura pendiente en los Juegos Olímpicos, habiendo perdido ante su gran rival, los Estados Unidos, en cuatro ocasiones. Pero esta vez llegaban con un gran equipo, con Sergei Belov, conocido como el Jerry West soviético y primer jugador no estadounidense incluido en el 'Hall of Fame'. Además contaban con Alexandre Belov, Kovalenko y Edeshko, y entrenados por Vladimir Kondraskin.
Era un equipo que había disputado más de 400 partidos juntos, por apenas 12, entre clasificación y exibición de los americanos.
Ambos equipos, como se esperaba, llegaron a la final del torneo sin perder un solo partido. Incluso, en semifinales, vencieron con suficiencia a Italia por 87-61 los americanos y a Cuba por 25 puntos los soviéticos.
Llegó el gran partido y el equipo de la URSS salió mucho más enchufado a la pista, con un parcial de 7-0 inicial, liderados por Sergei Belov, que acabó el partido con 20 puntos, y llegando a conseguir ventajas de hasta 10 puntos.
Los americanos se contagiaron del ritmo lento de su rival, mejor de lo que ellos esperaban, y se olvidaron de correr.
Todas las miradas se posaban en el entrenador americano, Iba, al que muchos ya veían como un entrenador anticuado.
A pesar de todo, consiguieron irse al descanso perdiendo unicamente de 5 puntos (26-21).
El segundo tiempo comenzó igualado y, a falta de 12 minutos para el final, el equipo soviético vecía por 4 puntos.
Pero, en ese momento, las expulsiones del mejor jugador americano, Dwight Jones, y el ruso Edeshko, tras una disputa en un balón suelto, y la retirada del también pivot, Jim Brewer, por un golpe con la cabeza contra el suelo, cambiaron el panorama del partido.
A falta de 10 minutos, la ventaja volvía a los 10 puntos (38-28) y la situación empezaba a ser desesperada para los americanos.
En ese momento, Henry Iba, a la desesperada, ordenó una defensa asfixiante en toda la cancha que, sorprendentemente, comenzó a dar resultados, con un parcial de 6-0 liderado por Collins y Joyce.
Los americanos comenzaron a recortar distancias hasta que, entrado ya el último minuto, una canasta de Jim Forbes colocaba a su equipo a 1 punto (49-48).
Los soviéticos decidieron alargar la posesión, hasta que, a falta de 10 segundos, Tom McMillen taponó un lanzamiento de Alexandre Belov y Doug Collins interceptó un pase posterior. Collins salió disparado hacia la canasta contraria y su intento de bandeja fue cortado duramente por dos defensores soviéticos que lo lanzaron contra el soporte del tablero. El arbitro señaló tiros libres a falta de 3 segundos. Posiblemente, los 3 segundos más polémicos de la historia del baloncesto.
Collins, afectado aun por el golpe recibido parecía que no podría lanzar, pero, con toda la presión del mundo se dispuso a lanzar. Anotó el primer lanzamiento y, cuando iba a lanzar el segundo, sonó la bocina. El entrenador ruso había pedido tiempo muerto de forma ilegal sólo para desconcentrar a Collins. A pesar de esto, el americano no falló tampoco el segundo. Era la primera vez en todo el partido que EE.UU. se ponía por delante en el marcador (49-50).
Con 3 segundos por jugarse, el equipo de la URSS sacó de fondo con el entrenador Kondraskin protestando exigiendo el tiempo muerto que había solicitado y, tras dos de los tres segundos transcurridos, el arbitro paró el partido para conceder el tiempo muerto.
Hay que recordar, que según las reglas FIBA de la época, no se podía pedir tiempo muerto después del segundo tiro libre. Tenía que pedirse entre el primero y el segundo o sería ilegal.
Tras el tiempo muerto, los soviéticos volvieron a sacar de fondo. Intentaron un pase que cruzaba todo el campo y fallaron. El partido se acabó y EE.UU se proclamaba una vez más campeón olímpico.
Sin embargo, durante el tiempo muerto, la mesa no había devuelto el reloj a los tres segundos que realmente quedaban por jugarse, habiéndose jugado únicamente 1 segundo tras la reanudación.
De este modo, entre los botes y las celebraciones de los americanos, William Jones, secretario general de la FIBA, bajó desde su palco a la cancha para indicar con los dedos que se repusieran los tres segundos que realmente quedaban por jugarse.
Los americanos no daban crédito y alucinaban con la cantidad de oportunidades que, según ellos, les estaban dando a los soviéticos para ganar el partido.
Y el partido se reanudó, por tercera vez en el mismo punto, esta vez con tres segundos en el marcador.
Edeshko saco desde el fondo y mandó un balón larguísimo a Alexandre Belov, debajo del aro contrario. Belov, que había perdido el balón clave momentos antes, cogió el balón, se deshizo de dos defensores, y anotó una bandeja sobre la bocina, que daba el partido y el campeonato al equipo de la URSS.
Pero la polémica no acabó aquí. Los americanos pusieron una reclamación formal y esa misma noche se reunió un comité formado por cinco representantes de la FIBA, para decidir la validez del resultado final.
Los representantes de Italia y Puerto Rico votaron a favor de EE.UU., pero los de Cuba, Polonia y Hungría votaban a favor de la URSS, por lo que el resultado quedaba como estaba y los soviéticos mantenían su medalla de oro.
Los jugadores americanos decidieron no recoger su medalla de plata, como forma de mostrar su disconformidad con lo ocurrido.
Aun hoy, cada año el COI les manda una carta pidiéndoles que rellenen su solicitud para recoger la medalla y aun hoy, todas las medallas continúan en Suiza.
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