Durante los próximos días vamos a recordar la rivalidad que surgió a mediados de los 90 entre un jugador, Reggie Miller, y toda una ciudad como Nueva York, narrado en el documental de ESPN, "Winning Time".
Si pensamos en rivalidades entre equipos de la NBA, todo el mundo pensará rápidamente en Lakers y Celtics. Los más clásicos quizá piensen en Seattle y Washington. Pero, a mediados de los 90, se fraguó una de las mayores rivalidades de la liga, entre Indiana Pacers y New York Knicks, liderada enérgicamente por un hombre: Reggie Miller.
El baloncesto siempre ha sido tema de rivalidad entre las ciudades de Indianapolis y Nueva York.
En Indiana se decía que el baloncesto nació allí y no en 'la gran manzana'. Además, estaban convencidos de que poseían el baloncesto más puro y los mejores tiradores. La ciudad vivía el baloncesto. Todo colegio e instituto tenía su equipo de baloncesto y, cuando jugaban los Pacers, la ciudad "cerraba".
Nueva York, sin embargo, se considera a si misma la meca del baloncesto. Llena de 'playgrounds' y de leyendas de este deporte. Se trataba a la gente de Indiana como pueblerinos, lo cual, lógicamente, molestaba mucho a estos, que los veían como unos arrogantes.
Pero esto era algo que no preocupaba mucho en Nueva York, ya que los Pacers eran por entonces un equipo menor. Pero poco a poco, las distancias comenzaron a estrecharse, a la vez que crecía su rivalidad.
En los 90, en Nueva York contaban con uno de los mejores pivots de la liga, Pat Ewing, la estrella de Georgetown, llamada a devolver la gloria a los Knicks. Además, estaban dirigidos por Pat Riley, estrella de los banquillos tras convertirse en el artífice del showtime de los Lakers en los 80.
En Indiana, entrenados por Bob Hill, y con su estrella, Reggie Miller, habían ido creciendo hasta hacerse habituales de los Play-offs.
Era cuestión de tiempo que empezasen a cruzarse en los Play-offs.
En la temporada 92-93, los Knicks accedieron a los Play-offs por la puerta grande. Con 60 victorias, consiguieron pasar como el mejor equipo de su conferencia, y solo superados en toda la liga por los Suns de Barkley.
Indiana en cambio, consiguió acabar con una victoria más que los Pistons y jugar los Play-offs como último clasificado de su conferencia.
Por lo tanto, ambos equipos se verían las caras en primera ronda.
Ambos entrenadores habían dotado a sus equipos de una gran agresividad y competitividad. Por lo que no tardaron en saltar chispas.
Los dos primeros partidos fueron según el guión y los Knicks se pusieron 2-0 en la serie. Pero la serie se trasladó a Indiana y Reggie Miller no estaba dispuesto a consentir un 'barrido'.
Como ya hemos comentado en entradas anteriores, Miller era un experto provocador. Los piques, el hablar constantemente al rival, aspavientos, dejarse caer, lanzar un manotazo y fingir que le habían dado a él... su repertorio abarcaba todo lo que pudiese valer para sacar del partido al rival. Y además, te metía 25 puntos. Era sencillamente desquiciante.
Según sus propias palabras, un 70% de lo que hacía y decía era para meterse en el partido. El otro 30%, para sacar a los demás.
Al saltar a la cancha, Reggie saludó uno por uno a todos los jugadores del equipo contrario. Sin embargo, uno de ellos no le devolvió el saludo. Era John Starks. Miller ya tenía un objetivo.
Starks era, lo que vulgarmente llamaríamos, un "cabeza loca". Era un hombre de reacciones imprevisibles. Era el objetivo perfecto.
Desde que comenzó el partido, no dejaron de hablar y enzarzarse. Cada vez que Miller anotaba, iba directo hacia Starks con comentarios desafiantes.
"John, fijate en las estadísticas. Venga ya hombre. ¿Y tu eres escolta titular en esta liga? Por favor, pero si das pena".
Starks le miraba fijamente con la convicción de no entrar en su juego.
Miller iba desquiciando poco a poco a Starks, al tiempo que iba sumando puntos. Le defendía con la mano en la cara, le lanzaba besos tras meter canasta o le empujaba cuando el arbitro no miraba y se tiraba al suelo al mínimo contacto. Era cuestión de tiempo que Starks explotara. Se veía venir y Ewing le advertía: "calmate y no hagas ninguna tontería".
Y explotó.
Starks no aguantaba más. Se acercó a Miller y le propinó un cabezazo. Apenas le había tocado, pero, por supuesto, Reggie le sacó todo el partido que pudo, simulando un golpe mucho mayor que el recibido en realidad.
El arbitro se acercó y expulsó al jugador de los Knicks.
Todo el mundo explotó. La grada se levantó y Ewing y Oakley acorralaron a Starks, recriminándole fuertemente lo que acababa de hacer. Pat no dejaba de gritar a John mientras se dirigía al vestuario.
Por supuesto, los Knicks perdieron aquel partido. La serie se ponía 2-1 y las cosas cambiaban mucho a partir de ahora.
La prensa neoyorkina se ensañó con John Starks. Durísimos titulares cubrían los periódicos al día siguiente. Sin embargo Reggie Miller no dejaba de negar haber provocado al jugador de los Knicks. Incluso declaró en una televisión que "a Starks le habría sentado mal algo que había comido en el hotel".
Los Knicks acabarían llevándose la eliminatoria por 3-1, y llegando a la final de conferencia, donde caerían ante los Bulls de Jordan.
Pero la rivalidad no había hecho más que comenzar.
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